domingo, 16 de septiembre de 2007

Fin de cuentas

I

La inquietud sobresaltó a Nardelli mientras cortaba telas para una partida de uniformes. Calculó a grosso modo el excedente para devolverlo a depósito y miró mecánicamente el reloj redondo del taller.

Meses después, recordaría que su vida había cambiado a las 10:15 de la mañana de un jueves.

-“Usé 230 metros, más o menos”-pensó.-“Quedan unos 150, 160 como mucho”. Miró sin ganas la regla adosada al costado de la mesa. “-Mah si…metro mas, metro menos…”-

De pronto, lo asaltó la idea de que existía un número exacto de metros utilizados y un número exacto de metros sobrantes, incluidos los retazos de desperdicio resultantes de las formas caprichosas de los moldes. Un número X, perfectamente mensurable para alguien que se hubiera levantado inspirado. –“No me pagan como para tanto”, decidió, mientras escribía “165 mts.” en la planilla de devolución.

El día terminó sin mayores sobresaltos.

II

Apretujado entre la gente en medio del vagón, Nardelli puteaba para adentro mientras dejaba vagar la vista, tratando de relajarse.

Entre una estación y otra, reparó en un cartelito que decía “Capacidad del coche: 64 pasajeros sentados”. –“Y parados, 3.500”- pensó de mal humor.

Sin quererlo, empezó a tratar de calcular exactamente la cantidad de gente que lo rodeaba:-“64 tipos sentados. Dos en cada apoyo. Cuatro más en cada espacio entre asientos”-El tren llegó a la estación siguiente, un grupo nutrido de pasajeros bajó, y otro más nutrido aún subió y se mezcló a los empujones. –“Puta madre…”- pensó Nardelli.

III

El ascensor tardaba una eternidad. “-¿Cuántos minutos durará una eternidad?” – se preguntó Nardelli.

Desde hacía poco más de una semana (“-Diez días, para ser exactos”-se dijo), había contraído la sospecha de las cantidades exactas que subyacen bajo el cálculo perezoso y apurado de todo lo cotidiano.

“-Esta vieja, por ejemplo. ¿Cuántos años tendrá?” – murmuró. En el acto se dio cuenta de que había hablado en voz alta y miró consternado alrededor, pero nadie le prestaba atención. Al parecer, hablar solo se había vuelto frecuente. Decidió bajarse en cualquier piso, antes de ceder a la tentación de preguntarle a la vecina su fecha de nacimiento, con detalle de horas y minutos.

IV

-“Es un milagro que no me hayan rajado”- se decía Nardelli, mientras contaba pacientemente las alfileres sobre su mesa de corte, separándolas por color. La etiqueta del paquete rezaba “1.500 unidades”, pero era mejor estar seguro.

En las últimas semanas, había encontrado tiempo para contar escrupulosamente tizas, metros, tijeras, agujas…hasta que Barceló, el supervisor, ordenó fumigar el taller. Dos ordenanzas vinieron con cajas de cartón, metieron dentro todos los insumos y adiós cuentas.

“-No puedo ser tan pelotudo-“ se amonestaba Nardelli, armando grupos amarillos, rojos, azules. “-No puedo ser tan pelotudo-“.

V

A la certeza de que un número exacto de hojas y ramas componía el árbol que veía por la ventanilla, le siguió otra igualmente perturbadora: él no podía descubrir ese número.

El inventario general del universo no estaba al alcance de todo el mundo.

Enseguida se preguntó si alguna otra persona se habría percatado de que la vida cotidiana se rige por medidas y cantidades precisas que se nos escapan por completo.-“¿Cuántos mas lo sabrán?-“

Mientras tanto, se sentía perdido en un espacio de números ansiosos, abrumado por la manía adquirida, de un jueves para siempre, de contarlo todo.

VI

“-¿Qué mirás, salame?”-. La pregunta le llegó desde otro universo, ensimismado como estaba en tratar de calcular los granitos de azúcar desparramados en la mesa.

“-¿Escuchaste algo de lo que dije?-“preguntó Barceló, entre exasperado y divertido.

“-Si, negro…disculpame -“ mintió Nardelli. “-No sé qué carajo me pasa. Si te cuento te vas a reír-“.

“-No sé si me voy a reír, Nardelli”- respondió el supervisor.”-Parecés el gallego ése que resolvía cuentas con la corbata, el que aparecía en la tele”- comentó con sorna.

“-No sé qué me pasa. Un día empecé a contar cosas y ahora no puedo parar”-

“-Es algo común, una manía”- explicó Barceló. Al fin y al cabo, Nardelli era un buen empleado. Nunca llegaba tarde, nunca faltaba, era honesto: si se le había dado por contar, había que ayudarlo.

-“Tendrías que hacer terapia, o tratar de reemplazarlo con un hábito que puedas manejar”-sermoneó.

-“¿Cómo sería lo del hábito?”-preguntó Nardelli, mientras intentaba sacar la cuenta de las horas exactas de terapia que podía requerir curarse de una manía.

-“Simple: cuando te den ganas de contar, sonate la nariz, rascate la oreja o lavate las manos”- recomendó el supervisor, mientras pensaba “-Pobre Nardelli”-.

VII

Al mes siguiente se cerró el inventario de la temporada. El taller hervía de gente atareada llenando planillas, enrollando telas, plegando moldería…

Barceló se había olvidado del calculista vocacional, pero, dado que la unidad de Nardelli había cerrado el balance correctamente, supuso que no había de qué preocuparse.

Ese mismo jueves, se cruzó con él en el comedor.

“-¿Cómo vas, maniático?-“preguntó afable.

“-Perfectamente”- respondió Nardelli – “Y gracias por el consejo: tendrías que ser psicólogo vos”-

“-¿Terminaste yendo al loquero, ñato?”- inquirió Barceló con sincera curiosidad.

“-No!- “ repuso Nardelli contento- “Me incliné por tu sugerencia del hábito controlable y empecé con eso”-

-“¿Y?”- preguntó el supervisor, intrigado.

-“Increíble: en este mes me lavé las manos 248 veces. Gasté 22 jabones y medio. Y me olvidé de contar durante las 123 horas que me pasé frente a la bacha del baño”-

VIII

Barceló miró distraídamente el reloj redondo del taller. – “Diez y cuarto de la noche…¿qué carajo hago acá todavía?-“.

“-Menos mal que los balances dieron bien. Y eso que Nardelli andaba en la luna con sus cuentitas”-.

Decidido a irse cuanto antes, dio vueltas a un par de planillas. – “Pobre Nardelli, qué salame”-pensó.

“-Y eso de lavarse las manos…”-

La inquietud lo sobresaltó al momento de sellar la hoja de cierre:-“¿Cuántas veces dijo que se lavó las manos?, ¿248 en un mes?...si un mes tiene 31 días, eso sería exactamente…”-.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Un cuento para compartir

Pararse frente a la maquinita con las monedas en la mano…

Retiro

1 boleto

Ida y vuelta

Y la notificación infame: “Cambio agotado. Importe exacto o diríjase a ventanilla”.

“-Hoy va a ser un día de mierda-“piensa César.

Para el hombre común, el oráculo que determina los días fastos o nefastos bien puede ser una máquina expendedora de boletos.

Victoria

Un grupo de cartoneros espera el tren. Montones desordenados de basura de todo tipo agobian una docena de carritos de supermercado destartalados. Un afiche publicitario invita a donar plata para refugiados de las Naciones Unidas. En la comparación, los pobres ajenos parecen bastante más desvalidos que los propios, tirados al sol entre pilas de cartón, colchones andrajosos y restos de muebles viejos.


San Isidro

Una chica joven y delgada, de largo pelo oscuro, vestida con ropa deportiva, come con deleite un churro que acaba de sacar de una bolsita de papel. “-Yo podría enamorarme de esa chica-“piensa César. El tren se acerca a la próxima estación y la chica pasa junto al asiento de César, rumbo a las puertas. El siente el aroma de su piel, de su pelo, el aroma de las mujeres jóvenes y femeninas, hábiles para comer un churro con elegancia de cisne.

“-Yo podría enamorarme de esa chica-“se dice César.


La Lucila

Una mendiga andrajosa, vestida de negro y con los pies envueltos en una maraña de bolsas de nylon, sacude unas prendas polvorientas bajo la mirada curiosa de una chica regordeta, que viste una bombacha de campo y un buzo de polar con el logotipo del Zoo de Buenos Aires. César prefiere no ahondar en el simbolismo.


Vte. López

“-Qué lindo está ese Citroen-“piensa César, disfrutando de la visión de un 3CV hecho a nuevo. “-Me tendría que dejar de joder y comprarme una citroneta-“piensa. “O mejor un Renault 6: es más auto-“. En la cuadra siguiente, un Renault 6 pulcramente restaurado le da la razón.

Dos cuadras mas adelante, un Chryler Cruiser gris perla fulgura al sol su imponencia de auto poderoso, de símbolo mismo de poder. César desvía la mirada al interior del vagón, pensando“-Hoy va a ser un día de mierda-“.

Rivadavia

El tren transita entre estaciones.

Ahí, junto a un paso a nivel, sucede el milagro. La mirada de César recae sobre una estatua de yeso abandonada al costado de la vía.

La imagen le recuerda a la Venus de Milo: las formas femeninas graciosas y delicadas, la redondez de las piernas, los pechos pequeños, el vientre liso…

Inexplicablemente, la estatua reposa sobre un pequeño rectángulo de pasto, un milagro verde brillante aislado del entorno árido. La luz dorada del sol otoñal contribuye a la perfección del cuadro, y César desea de pronto que el tren se detenga, pero enseguida decide que no, que es suficiente con que, de alguna manera, esa pieza de yeso haya llegado hasta ahí, para encontrar en su visión fugaz que ese día puede, después de todo, ser hermoso.

César se prepara para ir al Senado.

Son los idus de marzo, y un invidente le ha advertido sobre el día nefasto…

Para el hombre poderoso, el oráculo que determina los días fastos o nefastos bien puede ser un mendigo ciego.

Roma está llena de pobres. No sólo la ciudad, corazón del Imperio, sino el Imperio todo hasta sus confines. Pero los propios pobres parecen, por cercanos, más desvalidos…

Un grupo de senadores se acerca. Calpurnia le ha suplicado esa mañana que atienda a los presagios, pero César sólo le teme al miedo.

“-Oh, bella Calpurnia-“murmura, súbitamente melancólico, mientras recuerda el aroma de su piel, de su pelo, el aroma de las mujeres jóvenes y femeninas…

Bien podría haber subido a un carro, pero desea caminar…

En medio del grupo, su amado amigo Bruto blande el puñal que llenará de sangre las ropas de César, las calles de Roma, las tierras del Imperio…

César llega agonizante a los pies de la estatua de Pompeyo: la estatua reposa sobre su pedestal, impasible al bullicio frenético del entorno. La luz dorada del sol contribuye a la perfección del cuadro, y César piensa en un último aliento que es suficiente con que, de alguna manera, esa imagen familiar y amada esté ahí, para encontrar en su visión fugaz que ese día puede, después de todo, ser hermoso.